Lacan sostiene en su
conferencia «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», de 1967: «El origen de mi
enseñanza es bien simple, está allí desde siempre, puesto que el tiempo nació
con lo que está en juego. En efecto, mi enseñanza es simplemente el lenguaje,
absolutamente ninguna otra cosa»[1].
Para precisar este
punto, propongo la siguiente enumeración:
1. El
siglo de las Luces: el lenguaje no es una superestructura (Stalin)
2. El
hombre habita el lenguaje (Heidegger)
3. El
sueño es una red asociativa (Freud)
4. El
inconsciente está estructurado como un lenguaje
5. Porque
hay lenguaje hay verdad
6. El
inconsciente, en sentido freudiano, es lenguaje
7. La
base de la ciencia son letras y números
8. El
corte es entre lo psíquico y lo lógico
9. El
origen del lenguaje y el fantaseo sobre el origen
1. ¿Por qué Lacan
cree que «pese a todo hay aquí un buen número que aún no ha entrado en el siglo
de las Luces»[2]?
Responde: «Probablemente, un buen número de los presentes crea que el lenguaje
es una superestructura, cosa que ni siquiera Stalin creía»[3].
Para Lacan, así como para Stalin, el lenguaje no es una superestructura. Si el
lenguaje fuera una superestructura, dependería de otra cosa, de una
infraestructura o una base. Pero para Lacan el lenguaje determina, no es
determinado por algo «más real». El lenguaje está antes que el sujeto, y no al
revés: el sujeto es determinado por el lenguaje, pues este es anterior al
sujeto. Lacan considera que un requisito para entrar en el siglo de las Luces (el
siglo de la Ilustración, de la razón) es necesario rechazar que el lenguaje sea
una superestructura. Si consideramos al lenguaje como una superestructura, por
el contrario, no habremos entrado en este siglo de luz: pensaremos, siempre,
que hay algo detrás del lenguaje, que lo antecede, un objeto oscuro al
pensamiento (piénsese lo que algunos psicoanalistas sostienen como lo anterior
al lenguaje: el goce del cuerpo biológico, lo real del cuerpo, la pulsión de
muerte, el masoquismo primordial, etc.). Para Lacan, por el contrario, entrar
en el siglo de las Luces implica abandonar todo resto de creencia en «algo»
anterior al lenguaje y a todo objeto oscuro. Para él, todo esto, no es más que
oscurantismo. Este es el sentido de la publicación de sus Escritos, en 1966, donde sostiene:
Es preciso haber leído completa esta compilación para
darse cuenta de que allí se prosigue un solo debate, siempre el mismo, y que,
aunque pareciera quedar así fechado, se reconoce por ser el debate de las
luces.
Y es que hay un dominio en que la aurora misma tarda:
el que va de un prejuicio —del que no acaba de desembarazarse la
psicopatología— a la falsa evidencia de que el yo reclama un título para
ostentar la existencia.
Lo oscuro pasa por objeto y florece con el oscurantismo
que encuentra allí mismo sus valores.[4]
2. Que el hombre
habite el lenguaje es la conclusión de rechazar que el lenguaje sea una
superestructura: «Quiere decir que el lenguaje está antes que el hombre, lo que
es evidente. No solo el hombre nace en el lenguaje, exactamente como nace en el
mundo, sino que nace por el lenguaje»[5].
Para Lacan la experiencia psicoanalítica da testimonio de ello. Falta hojear La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con el inconsciente
y La psicopatología de la vida cotidiana
para convencerse de ello: «los traspiés de la palabra, de los agujeros en el
discurso, de los juegos de palabras, de los retruécanos y de los equívocos»[6]
son los tropos del lenguaje que constituyen la existencia humana. Las leyes de
estructura que Saussure describió en su Curso
de lingüística general, esclarecen lo que sucede en aquellas obras
freudianas.
3. Por tal motivo,
el sueño —paradigma de las formaciones del inconsciente— es una red asociativa.
«Un sueño en Freud no es una naturaleza que sueña, un arquetipo que se agita,
una matriz del mundo, un sueño divino, el corazón del alma. Freud habla de este
como de cierto nudo, de una red asociativa de formas verbales analizadas y que
se recortan como tales, no por lo que estas significan sino por una especie de
homonimia»[7].
Lacan rechaza que el sueño sólo sea una manifestación de nuestra naturaleza,
pues no basta decir que cenamos pesado para explicar una pesadilla: el sentido
se nos escapa. Tampoco es un arquetipo eterno, al estilo junguiano, que nos
daría claves universales para sueños particulares, ni mucho menos el acceso a una
matriz del mundo. No es, tampoco, un sueño enviado por los dioses ni una
manifestación de nuestra alma. Por el contrario, es una red asociativa hecha de
lenguaje: «Cuando una misma palabra vuelva a encontrarse en tres
entrecruzamientos de ideas que se le ocurren al sujeto, ustedes se darán cuenta
de que lo importante es esa palabra y no otra cosa. Cuando han encontrado la
palabra que concentra en torno de ella la mayor cantidad de filamentos de este
micelio, saben que allí está el centro de gravedad escondido del deseo en
juego»[8].
4. Precisamente esto
significa que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Lacan
declara: «Cuando me expreso diciendo que el inconsciente está estructurado como
un lenguaje, es para intentar devolver su verdadera función a todo lo que se
estructura bajo la égida freudiana, y esto ya nos permite entrever un paso»[9].
La verdadera función de todo lo que sucede en el campo freudiano, todos
aquellos fenómenos que se atribuyen a la hipótesis freudiana del inconsciente,
es la función de la estructura del lenguaje. Sólo a partir de ésta, le damos su
verdadero sentido a la experiencia del psicoanálisis. Recordando, además, de
que el lenguaje no es una superestructura y de que, por lo tanto, antecede al
hombre. Nada salvo el lenguaje explica la égida freudiana, sostiene Lacan.
5. La dimensión de
la verdad es consecuencia de que hay lenguaje. Lacan sostiene: «Porque hay
lenguaje, como todos pueden percatarse, hay verdad»[10].
La verdad no se referirá, por ejemplo, a la pulsación viviente o a los niveles
vegetativos. No podemos decir «esto es más verdadero que aquello», como en el
siguiente ejemplo: «el amor es verdaderamente una descarga de endorfinas»,
donde «verdaderamente» hace las veces de «más real». El filósofo Markus Gabriel dirá que, en estos casos, hay una confusión de campos de sentido —Por qué no existe el mundo—: mientras las
neurociencias hablan de un campo de sentido, el de los neurotransmisores y del
quimismo cerebral, el amor tiene su propio campo de sentido donde un beso
podría ser una expresión de este amor y no, por el contrario, sólo una descarga
satisfactoria. En este sentido, el amor también es verdadero o, también,
verdaderamente se trata de amor: es real. O como diría el filósofo Alain
Badiou: el amor es un acontecimiento verdadero —El elogio del amor—. Por ello: «La dimensión de la
verdad no está en ningún lugar mientras solo se trata de la lucha biológica»[11].
De la lucha biológica sólo podemos hacer una descripción, una explicación en
tercera persona, impersonal. Pero de la verdad no: esta se dice en primera persona,
como cuando se le dice a una persona: «te amo» (y suponiendo que no es una
triquiñuela para embaucarlo), este amor es verdadero. Entonces, para que exista
la verdad es necesario el lenguaje. Por eso: «La verdad solo comienza a
instalarse a partir del momento en que hay lenguaje. Si el inconsciente no
fuera lenguaje, no habría ningún tipo de privilegio, de interés en lo que se
puede llamar, en sentido freudiano, el inconsciente»[12].
Así, las relaciones entre inconsciente y verdad sólo son posibles a partir de
que hay lenguaje y de la dimensión del gran Otro. Por tal motivo, para
restituir la verdad en la historia de un paciente, es necesario la dimensión
del Otro, del lenguaje.
6. El inconsciente,
en sentido freudiano, es lenguaje. Lo que lleva a Lacan a sostener: «En primer
lugar, si el inconsciente no fuera lenguaje, no habría inconsciente en el
sentido freudiano. ¿Habría lo inconsciente? Pues bien, sí, lo inconsciente, de
acuerdo, hablemos de esto. También esta mesa es inconsciente»[13].
El inconsciente freudiano no se caracteriza por no poseer la consciencia, que
es como muchas veces se le interpreta. No tiene este atributo negativo. No es
una especie de la naturaleza, sino producto del lenguaje: cosa que le llevará a nombrarle en francés l'une-bévue, la una equivocación (homófono del alemán unbewusste, que significa inconsciente). Lacan se opone,
entonces, a la perspectiva evolucionista, que considera a:
la conciencia como esa función de conocer que da a los
seres particulares evolucionados la posibilidad de reflejar algo del mundo,
¿por qué esta tendría el menos privilegio entre todas las otras funciones que
lindan con la especie biológica como tal? Esas personas a las que se llamó con
diversos términos peyorativos, los idealistas, lo subrayaron muy bien.[14]
La conciencia, para
la perspectiva evolucionista, es una función de adaptación. Esta perspectiva ha
olvidado el problema que representa el pasaje de la materia inerte e
inconsciente a lo consciente (de algún ser vivo): «En esta perspectiva, se
encontró muy natural decir que la escala mineral desemboca naturalmente en una
especie de extremo superior donde vemos verdaderamente funcional la conciencia,
como si el prestigio de la conciencia dependiera de lo que acabo de mencionar»[15].
¿Cómo se realiza el pasaje del estado mineral al estado de la conciencia? Es un
problema que dicha perspectiva ha obviado, y por lo tanto no resuelto. Este es
un problema que al idealismo —tan denostado— no se le ha escapado. El problema
lo podríamos plantear también así: ¿cómo surge la vida? Este problema le llevó
al científico Erwin Schrodinger escribir un libro ¿Qué es la vida?, para plantear este problema.
7. Para Lacan, la
ciencia no surgió de la naturaleza, sino de las matemáticas: «Para hacer
nuestra ciencia, no hemos entrado en la pulsación de la naturaleza, sino que
hemos hecho intervenir letritas y numeritos, y con ellos construimos máquinas
que funcionan, vuelan, se desplazan en el mundo, llegan muy lejos»[16].
La ciencia no surge de adentrarnos en lo natural, como podría pensarse. Sino en
la intervención de letras y números, característico de las fórmulas
físico-matemáticas. Las computadoras son un ejemplo de ello. Pero también,
agregamos nosotros, los matemas lacanianos, sus modelos, esquemas, grafos,
nudos y trenzas, son máquinas hechas de letras y números que intentan llevarnos
«muy lejos» en la clínica psicoanalítica. Así, la clínica, en este caso, no surge
de la pulsación de ninguna naturaleza pulsional, sino de la escritura
matemática de la experiencia (dialéctica) del análisis. Finalmente, sostiene
Lacan que «todo lo que es del orden de nuestro pensamiento sea quizá como la
captura de cierto número de efectos de lenguaje sobre los que se pueda operar»[17].
Se puede operar, precisamente, gracias a esas letras y números.
8. El corte es entre
lo psíquico y lo lógico. Lacan sostiene: «el corte no se hará entre lo físico y
lo psíquico, sino entre lo psíquico y lo lógico»[18].
El paralelismo psicofísico, que sostiene el paralelo, sin causalidad alguna,
entre lo psíquico y lo físico, no es el verdadero paralelismo que hay que
sostener. Por el contrario, este paralelismo se demostró hace tiempo que es una
fruslería. El verdadero corte, el verdadero paralelo, es entre lo psíquico y lo
lógico. ¿Por qué?
En efecto, quizá sea cierto que el inconsciente no
funciona según la misma lógica que el pensamiento consciente. Se trata en este
caso de saber según cuál.
No funciona menos lógicamente, no es una prélogica,
no, sino una lógica más flexible, mbil.﷽﷽﷽﷽﷽﷽,
mno una lpraber segnte. se iona segntre lo psñiquico y lo lario, este
paralelismo se demostr famos verdaderamente fuás débil, como se dice
entre los lógicos. «Más débil» indica la presencia o ausencia de ciertas
correlaciones fundamentales sobre las cuales se edifica la tolerancia de esta
lógica. Una lógica más débil no es en absoluto menos interesante que una lógica
más fuerte, es incluso mucho más interesante porque es mucho más difícil de
sostener, pero se sostiene a pesar de todo. Nosotros, psicoanalistas, podemos
interesarnos en esta lógica, puede ser incluso expresamente nuestro objeto
interesarnos en ella, suponiendo que haya una.[19]
Por un lado lo
psíquico, lo consciente, tendría una lógica; pero lo llamado inconsciente,
tendría otra: una lógica más débil, dice Lacan. Las lógicas débiles, o
paraconsistentes, son aquellas que intentan tratar las contradicciones de forma
atenuada; además, de ser tolerantes a la inconsistencia —de donde reciben su
nombre «paraconsistentes»: más allá de la consistencia—. Siguiendo la idea de
Lacan, por un lado, la lógica clásica, sostenida en el principio de explosión o
ex contradictione
sequitur quodlibet
(a partir de una contradicción, se puede deducir cualquier cosa), sería la que
caracterizaría a la consciencia (psique). Mientras que, por otro lado, la
lógica paraconsistente, que rechaza el principio de explosión, sería la más
adecuada para entender la función de lo inconsciente. En otros términos, las
lógicas paraconsistentes pueden ser usadas para formalizar teorías
inconsistentes no triviales. En este sentido, Lacan propone hacer un corte
entre lo psíquico y lo lógico, o, en términos puramente lógicos: entre lógica
clásica y lógica paraconsistente.
9. Lacan propone que el
origen de su enseñanza es el lenguaje, pero insiste en que no hablemos de
origen del lenguaje:
Piensen un poquito en todo esto de un modo somero. El
aparato del lenguaje está en alguna parte sobre el cerebro como una araña. Él
es quien captura.
Sé que esto puede resultarles chocante y pueden
preguntarme —«Pero, entonces, pese a todo, ¿qué nos cuenta, de dónde viene este
lenguaje?». No tengo ni idea. No estoy obligado a saberlo todo. Además, ustedes
tampoco tienen ni idea.[20]
El aparato del
lenguaje está en alguna parte, sostiene Lacan. Es como una telaraña que
captura, por ejemplo, el cerebro (hay un interesante estudio de Roger Bartra: Antropología del cerebro, donde habla de
la importancia de la red simbólica que aporta la cultura). Por ello todo lo verdaderamente
humano está implicado por lenguaje. Sin embargo, no sabemos de dónde viene este
lenguaje ni cuándo comenzó. Lacan sostendrá a lo largo de su enseñanza que el
Otro y lo simbólico han estado desde siempre. O que el orden simbólico antecede
el nacimiento del sujeto. Sin embargo, ni Lacan, ni nosotros, ni nadie, sabe de
dónde vino este lenguaje. Así de simple.
No vayan a imaginar que el hombre inventó el lenguaje.
No están seguros de ello, no tienen ninguna prueba, no han visto ningún animal
humano volverse ante ustedes Homo sapiens.
Cuando es Homo sapiens, ya tiene el
lenguaje. Cuando alguien se interesó en lo que atañe a la lingüística, un tal
Helmholtz en particular, se prohibió platear la pregunta por los orígenes. Fue
una decisión sabia. Eso no quiere decir que haya que mantener esta
interdicción, pero es sabio no fantasear demasiado, y siempre se fantasea sobre
los orígenes.[21]
Hay una obra muy
interesante aparecida en el año 2018: El
reino del lenguaje, de Tom Wolfe. En ella nos narra la anécdota que cuenta
Lacan: cómo se llegó a prohibir en las sociedades de lingüística, en Inglaterra
y en Francia, escribir sobre el origen del lenguaje. El argumento de dicha
interdicción era claro: los autores cada vez deliraban más con sus teorías sobre el
origen del lenguaje. También nos aporta unos fuertes argumentos en contra del mecanismo de
adaptación de la teoría evolutiva de Darwin, y cómo, al final de cuentas, este
mecanismo obedece al reino del lenguaje: desde que hay hombre, y no lo hay sin
este reino del lenguaje, las especies han ido modificándose a lo largo del
mundo (incluido el hombre mismo). Finalmente, cabe mencionar el libro de
Alfredo Eidelsztein, El origen del sujeto
en psicoanálisis. Del Big Bang del lenguaje y el discurso, donde propone la
hipótesis de que el lenguaje surgió como el Big Bang mismo: como una explosión
que borra todo lo anterior (que en nuestro caso es lo prelenguaje).
Para ilustrar alguna
teoría en psicología sobre el origen del lenguaje, Lacan da un ejemplo sobre la
psicología del niño de Piaget:
Si se interroga a un niño
a partir de un aparato lógico que es el del examinador, él mismo lógico, e
incluso muy buen lógico, como lo es Piaget, entonces no debe sorprender
encontrar dicho aparato en el ser interrogado. Se percibe simplemente el
momento en que eso prende, en que eso pica en el niño. Deducir de ello que es
el desarrollo del niño el que construye las categorías lógicas es una pura y
simple petición de principio. Ustedes lo interrogan en el registro de la lógica
y él les responde en el registro de la lógica. Claramente, él no habría entrado
de la misma manera en todos los niveles del campo del lenguaje. Necesita
tiempo, eso es seguro.[22]
Pensar que el niño
construye las categorías lógicas es una petición de principio. La petición de
principio es una falacia lógica donde la conclusión que debe ser probada ya
esta implícita en las premisas. En este caso, en las preguntas del
interrogador: pregunta en una lógica que implica las supuestas categorías a
desarrollar, y el niño responde a partir de estas categorías. Ahí esta la
petición de principio. Preguntamos en una lógica y nos responden en la misma
lógica (lo cual supone que el lenguaje ya está ahí, permitiendo formular las
preguntas y respuestas en una lógica). Por el contrario, Vigotski «se dio
cuenta de que, cosa curiosa, la entrada del niño en el aparato de la lógica no
debía concebirse como un hecho de desarrollo psíquico, sino que hacía falta,
por el contrario, considerarla como algo semejante a su manera de aprender a jugar, por así decir»[23].
Podríamos oponer, siguiendo a Lacan, a Piaget y a Vigotski. Para el primero se
trataría de ir desarrollando, en sentido evolutivo, un psiquismo individual e
interno al niño; el segundo, de aprender a jugar —en ir entrando en todos los
niveles del campo del lenguaje— con un otro. Finalmente, Vigotski «había
constatado, por ejemplo, que el niño no accede a la noción de concepto, a lo
que responde a un concepto, antes de la pubertad. Pero ¿por qué? La pubertad
parece designar una categoría de otro orden que la idea extravagante sobre cómo
empiezan a funcionar las circunvoluciones cerebrales. Él percibió muy bien esto
en la experiencia»[24].
La pubertad es una categoría de otro orden distinto de las circunvoluciones cerebrales (cuya función es la capacidad de procesar información). La primera es un
constructo social, mientras que la segunda es de orden biológico. Que el niño no
acceda a la noción de concepto antes de la pubertad, responde más bien a este constructo social:
para qué está capacitado y para qué no; y no, por el contrario, a un desarrollo
cerebral. Entrar en todos los niveles del campo del lenguaje, como dice Lacan, lleva su tiempo. Acceder a la verdad, lo cual forma parte de entrar en el lenguaje, no es lo mismo que procesar información, propio de las circunvoluciones cerebrales (a este respecto, consultar El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, de Byung-Chul Han, donde opone la verdad a la información). La verdad, por lo tanto, es histórica.
Conclusión: entrar en el
siglo de las luces implica no sostener que el lenguaje es una superestructura,
es decir, que no hay nada más allá del lenguaje; también que el hombre habita el lenguaje
(como sostiene Heidegger) y que, por tal motivo, todo lo humano implica al
lenguaje, como son los sueños (redes asociativas, diría Freud); Lacan lo
expresará así: «el inconsciente está estructurado como un lenguaje»; pero, para
no caer en equívocos, se refiere al inconsciente freudiano, al que le
corresponde a la practica psicoanalítica (y no al inconsciente de la
neurobiología, por ejemplo); además, sólo hay verdad si hay lenguaje, lo cual,
por todo lo anterior, resulta evidente; la ciencia está sostenida en números y
letras, y no, por el contrario, en lo natural: esta es la razón por la cual
podemos construir máquinas, como los esquemas, modelos, grafos, etc., para la
experiencia del análisis; debemos establecer un corte entre lo psíquico y lo
lógico, o, mejor dicho, entre la lógica clásica (psique=consciencia) y las
lógicas paraconsistentes (inconsciente); finalmente, no hay que delirar sobre
el origen del lenguaje (como Piaget; pero también, como Lacan observará en 1936
en su escrito «Más allá del “principio de realidad”», como Freud con sus
huellas mnémicas y el nacimiento del aparato psíquico).
Bibliografía
1) Lacan, J., «Contratapa», en Escritos, I, siglo ventiuno editores, México, 19842ed.
2) ––––, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», en Mi
enseñanza, Psicoanálisis lacaniano, Paidós, Buenos Aires, 20071ed, 152.
[1] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 40.
[2] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 41.
[3] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 41.
[4] J. Lacan, «Contratapa».
[5] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 42.
[6] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 42.
[7] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 43.
[8] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 44.
[9] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 44.
[10] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 44.
[11] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 44.
[12] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 45.
[13] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 45.
[14] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 45 y 46.
[15] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 45.
[16] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 46.
[17] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 47.
[18] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 48 y 49.
[19] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 48
[20] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 49.
[21] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 49 y 50.
[22] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 50 y 51.
[23] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 51.
[24] J. Lacan, «Lugar, origen y fin
de mi enseñanza», 51 y 52.