martes, 5 de mayo de 2020

Una posible división de la enseñanza de Lacan

Erik Porge propone en su estudio sobre los tiempos lógicos de Lacan, Se compter trois: le temps logique de Lacan, una posible división de su enseñanza. Esta división —que nos puede servir como una alternativa a la ya conocida versión evolutiva de «un primer Lacan imaginario, un segundo Lacan simbólico y, finalmente, un tercer y último Lacan real»… por no hablar del ultimísimo Lacan, ¡más real que nunca!— se presenta en cuatro partes:

Iª parte: Un sujeto reciproco (1945)
IIª parte: El sujeto de las escansiones significantes (1966)
IIIª parte: La relación [relation] inconmensurable de los sujetos (1973)
IVª parte: La relación-proporción [rapport] no complementaria entre los sujetos (Después de 1973)[1]

Este ordenamiento, sugerido por Porge para el estudio de la obra del maestro francés, surge a partir del interés que le ha despertado el artículo: «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma», incluido en los Escritos, de Jacques Lacan. Por tal motivo, la división se ha centrado en la noción de sujeto y las transformaciones que ésta ha sufrido en la enseñanza de aquel, tomando como punto rector el estudio sobre el tiempo. Finalmente, el año entre paréntesis obedece a la fecha donde Lacan realiza los cambios o desarrollos más sustantivos de su artículo.
Bibliografía
Porge, E., «Sommaire», en Se compter trois: le temps logique de Lacan, éditions érès, Toulouse, 1989.



[1] E. Porge, «Sommaire», 7 [traducción nuestra].

miércoles, 29 de abril de 2020

El origen de la enseñanza de Jacques Lacan: el lenguaje

Lacan sostiene en su conferencia «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», de 1967: «El origen de mi enseñanza es bien simple, está allí desde siempre, puesto que el tiempo nació con lo que está en juego. En efecto, mi enseñanza es simplemente el lenguaje, absolutamente ninguna otra cosa»[1].

Para precisar este punto, propongo la siguiente enumeración:

1.     El siglo de las Luces: el lenguaje no es una superestructura (Stalin)
2.     El hombre habita el lenguaje (Heidegger)
3.     El sueño es una red asociativa (Freud)
4.     El inconsciente está estructurado como un lenguaje
5.     Porque hay lenguaje hay verdad
6.     El inconsciente, en sentido freudiano, es lenguaje
7.     La base de la ciencia son letras y números
8.     El corte es entre lo psíquico y lo lógico
9.     El origen del lenguaje y el fantaseo sobre el origen

1. ¿Por qué Lacan cree que «pese a todo hay aquí un buen número que aún no ha entrado en el siglo de las Luces»[2]? Responde: «Probablemente, un buen número de los presentes crea que el lenguaje es una superestructura, cosa que ni siquiera Stalin creía»[3]. Para Lacan, así como para Stalin, el lenguaje no es una superestructura. Si el lenguaje fuera una superestructura, dependería de otra cosa, de una infraestructura o una base. Pero para Lacan el lenguaje determina, no es determinado por algo «más real». El lenguaje está antes que el sujeto, y no al revés: el sujeto es determinado por el lenguaje, pues este es anterior al sujeto. Lacan considera que un requisito para entrar en el siglo de las Luces (el siglo de la Ilustración, de la razón) es necesario rechazar que el lenguaje sea una superestructura. Si consideramos al lenguaje como una superestructura, por el contrario, no habremos entrado en este siglo de luz: pensaremos, siempre, que hay algo detrás del lenguaje, que lo antecede, un objeto oscuro al pensamiento (piénsese lo que algunos psicoanalistas sostienen como lo anterior al lenguaje: el goce del cuerpo biológico, lo real del cuerpo, la pulsión de muerte, el masoquismo primordial, etc.). Para Lacan, por el contrario, entrar en el siglo de las Luces implica abandonar todo resto de creencia en «algo» anterior al lenguaje y a todo objeto oscuro. Para él, todo esto, no es más que oscurantismo. Este es el sentido de la publicación de sus Escritos, en 1966, donde sostiene:

Es preciso haber leído completa esta compilación para darse cuenta de que allí se prosigue un solo debate, siempre el mismo, y que, aunque pareciera quedar así fechado, se reconoce por ser el debate de las luces.
Y es que hay un dominio en que la aurora misma tarda: el que va de un prejuicio —del que no acaba de desembarazarse la psicopatología— a la falsa evidencia de que el yo reclama un título para ostentar la existencia.
Lo oscuro pasa por objeto y florece con el oscurantismo que encuentra allí mismo sus valores.[4]

2. Que el hombre habite el lenguaje es la conclusión de rechazar que el lenguaje sea una superestructura: «Quiere decir que el lenguaje está antes que el hombre, lo que es evidente. No solo el hombre nace en el lenguaje, exactamente como nace en el mundo, sino que nace por el lenguaje»[5]. Para Lacan la experiencia psicoanalítica da testimonio de ello. Falta hojear La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con el inconsciente y La psicopatología de la vida cotidiana para convencerse de ello: «los traspiés de la palabra, de los agujeros en el discurso, de los juegos de palabras, de los retruécanos y de los equívocos»[6] son los tropos del lenguaje que constituyen la existencia humana. Las leyes de estructura que Saussure describió en su Curso de lingüística general, esclarecen lo que sucede en aquellas obras freudianas.

3. Por tal motivo, el sueño —paradigma de las formaciones del inconsciente— es una red asociativa. «Un sueño en Freud no es una naturaleza que sueña, un arquetipo que se agita, una matriz del mundo, un sueño divino, el corazón del alma. Freud habla de este como de cierto nudo, de una red asociativa de formas verbales analizadas y que se recortan como tales, no por lo que estas significan sino por una especie de homonimia»[7]. Lacan rechaza que el sueño sólo sea una manifestación de nuestra naturaleza, pues no basta decir que cenamos pesado para explicar una pesadilla: el sentido se nos escapa. Tampoco es un arquetipo eterno, al estilo junguiano, que nos daría claves universales para sueños particulares, ni mucho menos el acceso a una matriz del mundo. No es, tampoco, un sueño enviado por los dioses ni una manifestación de nuestra alma. Por el contrario, es una red asociativa hecha de lenguaje: «Cuando una misma palabra vuelva a encontrarse en tres entrecruzamientos de ideas que se le ocurren al sujeto, ustedes se darán cuenta de que lo importante es esa palabra y no otra cosa. Cuando han encontrado la palabra que concentra en torno de ella la mayor cantidad de filamentos de este micelio, saben que allí está el centro de gravedad escondido del deseo en juego»[8].

4. Precisamente esto significa que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Lacan declara: «Cuando me expreso diciendo que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, es para intentar devolver su verdadera función a todo lo que se estructura bajo la égida freudiana, y esto ya nos permite entrever un paso»[9]. La verdadera función de todo lo que sucede en el campo freudiano, todos aquellos fenómenos que se atribuyen a la hipótesis freudiana del inconsciente, es la función de la estructura del lenguaje. Sólo a partir de ésta, le damos su verdadero sentido a la experiencia del psicoanálisis. Recordando, además, de que el lenguaje no es una superestructura y de que, por lo tanto, antecede al hombre. Nada salvo el lenguaje explica la égida freudiana, sostiene Lacan.

5. La dimensión de la verdad es consecuencia de que hay lenguaje. Lacan sostiene: «Porque hay lenguaje, como todos pueden percatarse, hay verdad»[10]. La verdad no se referirá, por ejemplo, a la pulsación viviente o a los niveles vegetativos. No podemos decir «esto es más verdadero que aquello», como en el siguiente ejemplo: «el amor es verdaderamente una descarga de endorfinas», donde «verdaderamente» hace las veces de «más real». El filósofo Markus Gabriel dirá que, en estos casos, hay una confusión de campos de sentido —Por qué no existe el mundo—: mientras las neurociencias hablan de un campo de sentido, el de los neurotransmisores y del quimismo cerebral, el amor tiene su propio campo de sentido donde un beso podría ser una expresión de este amor y no, por el contrario, sólo una descarga satisfactoria. En este sentido, el amor también es verdadero o, también, verdaderamente se trata de amor: es real. O como diría el filósofo Alain Badiou: el amor es un acontecimiento verdadero —El elogio del amor—. Por ello: «La dimensión de la verdad no está en ningún lugar mientras solo se trata de la lucha biológica»[11]. De la lucha biológica sólo podemos hacer una descripción, una explicación en tercera persona, impersonal. Pero de la verdad no: esta se dice en primera persona, como cuando se le dice a una persona: «te amo» (y suponiendo que no es una triquiñuela para embaucarlo), este amor es verdadero. Entonces, para que exista la verdad es necesario el lenguaje. Por eso: «La verdad solo comienza a instalarse a partir del momento en que hay lenguaje. Si el inconsciente no fuera lenguaje, no habría ningún tipo de privilegio, de interés en lo que se puede llamar, en sentido freudiano, el inconsciente»[12]. Así, las relaciones entre inconsciente y verdad sólo son posibles a partir de que hay lenguaje y de la dimensión del gran Otro. Por tal motivo, para restituir la verdad en la historia de un paciente, es necesario la dimensión del Otro, del lenguaje.

6. El inconsciente, en sentido freudiano, es lenguaje. Lo que lleva a Lacan a sostener: «En primer lugar, si el inconsciente no fuera lenguaje, no habría inconsciente en el sentido freudiano. ¿Habría lo inconsciente? Pues bien, sí, lo inconsciente, de acuerdo, hablemos de esto. También esta mesa es inconsciente»[13]. El inconsciente freudiano no se caracteriza por no poseer la consciencia, que es como muchas veces se le interpreta. No tiene este atributo negativo. No es una especie de la naturaleza, sino producto del lenguaje: cosa que le llevará a nombrarle en francés  l'une-bévue, la una equivocación (homófono del alemán unbewusste, que significa inconsciente). Lacan se opone, entonces, a la perspectiva evolucionista, que considera a:

la conciencia como esa función de conocer que da a los seres particulares evolucionados la posibilidad de reflejar algo del mundo, ¿por qué esta tendría el menos privilegio entre todas las otras funciones que lindan con la especie biológica como tal? Esas personas a las que se llamó con diversos términos peyorativos, los idealistas, lo subrayaron muy bien.[14]

La conciencia, para la perspectiva evolucionista, es una función de adaptación. Esta perspectiva ha olvidado el problema que representa el pasaje de la materia inerte e inconsciente a lo consciente (de algún ser vivo): «En esta perspectiva, se encontró muy natural decir que la escala mineral desemboca naturalmente en una especie de extremo superior donde vemos verdaderamente funcional la conciencia, como si el prestigio de la conciencia dependiera de lo que acabo de mencionar»[15]. ¿Cómo se realiza el pasaje del estado mineral al estado de la conciencia? Es un problema que dicha perspectiva ha obviado, y por lo tanto no resuelto. Este es un problema que al idealismo —tan denostado— no se le ha escapado. El problema lo podríamos plantear también así: ¿cómo surge la vida? Este problema le llevó al científico Erwin Schrodinger escribir un libro ¿Qué es la vida?, para plantear este problema.

7. Para Lacan, la ciencia no surgió de la naturaleza, sino de las matemáticas: «Para hacer nuestra ciencia, no hemos entrado en la pulsación de la naturaleza, sino que hemos hecho intervenir letritas y numeritos, y con ellos construimos máquinas que funcionan, vuelan, se desplazan en el mundo, llegan muy lejos»[16]. La ciencia no surge de adentrarnos en lo natural, como podría pensarse. Sino en la intervención de letras y números, característico de las fórmulas físico-matemáticas. Las computadoras son un ejemplo de ello. Pero también, agregamos nosotros, los matemas lacanianos, sus modelos, esquemas, grafos, nudos y trenzas, son máquinas hechas de letras y números que intentan llevarnos «muy lejos» en la clínica psicoanalítica. Así, la clínica, en este caso, no surge de la pulsación de ninguna naturaleza pulsional, sino de la escritura matemática de la experiencia (dialéctica) del análisis. Finalmente, sostiene Lacan que «todo lo que es del orden de nuestro pensamiento sea quizá como la captura de cierto número de efectos de lenguaje sobre los que se pueda operar»[17]. Se puede operar, precisamente, gracias a esas letras y números.

8. El corte es entre lo psíquico y lo lógico. Lacan sostiene: «el corte no se hará entre lo físico y lo psíquico, sino entre lo psíquico y lo lógico»[18]. El paralelismo psicofísico, que sostiene el paralelo, sin causalidad alguna, entre lo psíquico y lo físico, no es el verdadero paralelismo que hay que sostener. Por el contrario, este paralelismo se demostró hace tiempo que es una fruslería. El verdadero corte, el verdadero paralelo, es entre lo psíquico y lo lógico. ¿Por qué?

En efecto, quizá sea cierto que el inconsciente no funciona según la misma lógica que el pensamiento consciente. Se trata en este caso de saber según cuál.
No funciona menos lógicamente, no es una prélogica, no, sino una lógica más flexible, mbil.﷽﷽﷽﷽﷽﷽, mno una lpraber segnte. se iona segntre lo psñiquico y lo lario, este paralelismo se demostr famos verdaderamente fuás débil, como se dice entre los lógicos. «Más débil» indica la presencia o ausencia de ciertas correlaciones fundamentales sobre las cuales se edifica la tolerancia de esta lógica. Una lógica más débil no es en absoluto menos interesante que una lógica más fuerte, es incluso mucho más interesante porque es mucho más difícil de sostener, pero se sostiene a pesar de todo. Nosotros, psicoanalistas, podemos interesarnos en esta lógica, puede ser incluso expresamente nuestro objeto interesarnos en ella, suponiendo que haya una.[19]

Por un lado lo psíquico, lo consciente, tendría una lógica; pero lo llamado inconsciente, tendría otra: una lógica más débil, dice Lacan. Las lógicas débiles, o paraconsistentes, son aquellas que intentan tratar las contradicciones de forma atenuada; además, de ser tolerantes a la inconsistencia —de donde reciben su nombre «paraconsistentes»: más allá de la consistencia—. Siguiendo la idea de Lacan, por un lado, la lógica clásica, sostenida en el principio de explosión o ex contradictione sequitur quodlibet (a partir de una contradicción, se puede deducir cualquier cosa), sería la que caracterizaría a la consciencia (psique). Mientras que, por otro lado, la lógica paraconsistente, que rechaza el principio de explosión, sería la más adecuada para entender la función de lo inconsciente. En otros términos, las lógicas paraconsistentes pueden ser usadas para formalizar teorías inconsistentes no triviales. En este sentido, Lacan propone hacer un corte entre lo psíquico y lo lógico, o, en términos puramente lógicos: entre lógica clásica y lógica paraconsistente.

9. Lacan propone que el origen de su enseñanza es el lenguaje, pero insiste en que no hablemos de origen del lenguaje:

Piensen un poquito en todo esto de un modo somero. El aparato del lenguaje está en alguna parte sobre el cerebro como una araña. Él es quien captura.
Sé que esto puede resultarles chocante y pueden preguntarme —«Pero, entonces, pese a todo, ¿qué nos cuenta, de dónde viene este lenguaje?». No tengo ni idea. No estoy obligado a saberlo todo. Además, ustedes tampoco tienen ni idea.[20]

El aparato del lenguaje está en alguna parte, sostiene Lacan. Es como una telaraña que captura, por ejemplo, el cerebro (hay un interesante estudio de Roger Bartra: Antropología del cerebro, donde habla de la importancia de la red simbólica que aporta la cultura). Por ello todo lo verdaderamente humano está implicado por lenguaje. Sin embargo, no sabemos de dónde viene este lenguaje ni cuándo comenzó. Lacan sostendrá a lo largo de su enseñanza que el Otro y lo simbólico han estado desde siempre. O que el orden simbólico antecede el nacimiento del sujeto. Sin embargo, ni Lacan, ni nosotros, ni nadie, sabe de dónde vino este lenguaje. Así de simple.

No vayan a imaginar que el hombre inventó el lenguaje. No están seguros de ello, no tienen ninguna prueba, no han visto ningún animal humano volverse ante ustedes Homo sapiens. Cuando es Homo sapiens, ya tiene el lenguaje. Cuando alguien se interesó en lo que atañe a la lingüística, un tal Helmholtz en particular, se prohibió platear la pregunta por los orígenes. Fue una decisión sabia. Eso no quiere decir que haya que mantener esta interdicción, pero es sabio no fantasear demasiado, y siempre se fantasea sobre los orígenes.[21]

Hay una obra muy interesante aparecida en el año 2018: El reino del lenguaje, de Tom Wolfe. En ella nos narra la anécdota que cuenta Lacan: cómo se llegó a prohibir en las sociedades de lingüística, en Inglaterra y en Francia, escribir sobre el origen del lenguaje. El argumento de dicha interdicción era claro: los autores cada vez deliraban más con sus teorías sobre el origen del lenguaje. También nos aporta unos fuertes argumentos en contra del mecanismo de adaptación de la teoría evolutiva de Darwin, y cómo, al final de cuentas, este mecanismo obedece al reino del lenguaje: desde que hay hombre, y no lo hay sin este reino del lenguaje, las especies han ido modificándose a lo largo del mundo (incluido el hombre mismo). Finalmente, cabe mencionar el libro de Alfredo Eidelsztein, El origen del sujeto en psicoanálisis. Del Big Bang del lenguaje y el discurso, donde propone la hipótesis de que el lenguaje surgió como el Big Bang mismo: como una explosión que borra todo lo anterior (que en nuestro caso es lo prelenguaje).

Para ilustrar alguna teoría en psicología sobre el origen del lenguaje, Lacan da un ejemplo sobre la psicología del niño de Piaget:

Si se interroga a un niño a partir de un aparato lógico que es el del examinador, él mismo lógico, e incluso muy buen lógico, como lo es Piaget, entonces no debe sorprender encontrar dicho aparato en el ser interrogado. Se percibe simplemente el momento en que eso prende, en que eso pica en el niño. Deducir de ello que es el desarrollo del niño el que construye las categorías lógicas es una pura y simple petición de principio. Ustedes lo interrogan en el registro de la lógica y él les responde en el registro de la lógica. Claramente, él no habría entrado de la misma manera en todos los niveles del campo del lenguaje. Necesita tiempo, eso es seguro.[22]

Pensar que el niño construye las categorías lógicas es una petición de principio. La petición de principio es una falacia lógica donde la conclusión que debe ser probada ya esta implícita en las premisas. En este caso, en las preguntas del interrogador: pregunta en una lógica que implica las supuestas categorías a desarrollar, y el niño responde a partir de estas categorías. Ahí esta la petición de principio. Preguntamos en una lógica y nos responden en la misma lógica (lo cual supone que el lenguaje ya está ahí, permitiendo formular las preguntas y respuestas en una lógica). Por el contrario, Vigotski «se dio cuenta de que, cosa curiosa, la entrada del niño en el aparato de la lógica no debía concebirse como un hecho de desarrollo psíquico, sino que hacía falta, por el contrario, considerarla como algo semejante a su  manera de aprender a jugar, por así decir»[23]. Podríamos oponer, siguiendo a Lacan, a Piaget y a Vigotski. Para el primero se trataría de ir desarrollando, en sentido evolutivo, un psiquismo individual e interno al niño; el segundo, de aprender a jugar —en ir entrando en todos los niveles del campo del lenguaje— con un otro. Finalmente, Vigotski «había constatado, por ejemplo, que el niño no accede a la noción de concepto, a lo que responde a un concepto, antes de la pubertad. Pero ¿por qué? La pubertad parece designar una categoría de otro orden que la idea extravagante sobre cómo empiezan a funcionar las circunvoluciones cerebrales. Él percibió muy bien esto en la experiencia»[24]. La pubertad es una categoría de otro orden distinto de las circunvoluciones cerebrales (cuya función es la capacidad de procesar información). La primera es un constructo social, mientras que la segunda es de orden biológico. Que el niño no acceda a la noción de concepto antes de la pubertad, responde más bien a este constructo social: para qué está capacitado y para qué no; y no, por el contrario, a un desarrollo cerebral. Entrar en todos los niveles del campo del lenguaje, como dice Lacan, lleva su tiempo. Acceder a la verdad, lo cual forma parte de entrar en el lenguaje, no es lo mismo que procesar información, propio de las circunvoluciones cerebrales (a este respecto, consultar El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, de Byung-Chul Han, donde opone la verdad a la información). La verdad, por lo tanto, es histórica.

Conclusión: entrar en el siglo de las luces implica no sostener que el lenguaje es una superestructura, es decir, que no hay nada más allá del lenguaje; también que el hombre habita el lenguaje (como sostiene Heidegger) y que, por tal motivo, todo lo humano implica al lenguaje, como son los sueños (redes asociativas, diría Freud); Lacan lo expresará así: «el inconsciente está estructurado como un lenguaje»; pero, para no caer en equívocos, se refiere al inconsciente freudiano, al que le corresponde a la practica psicoanalítica (y no al inconsciente de la neurobiología, por ejemplo); además, sólo hay verdad si hay lenguaje, lo cual, por todo lo anterior, resulta evidente; la ciencia está sostenida en números y letras, y no, por el contrario, en lo natural: esta es la razón por la cual podemos construir máquinas, como los esquemas, modelos, grafos, etc., para la experiencia del análisis; debemos establecer un corte entre lo psíquico y lo lógico, o, mejor dicho, entre la lógica clásica (psique=consciencia) y las lógicas paraconsistentes (inconsciente); finalmente, no hay que delirar sobre el origen del lenguaje (como Piaget; pero también, como Lacan observará en 1936 en su escrito «Más allá del “principio de realidad”», como Freud con sus huellas mnémicas y el nacimiento del aparato psíquico).

Bibliografía

1) Lacan, J., «Contratapa», en Escritos, I, siglo ventiuno editores, México, 19842ed.
2) ––––, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», en Mi enseñanza, Psicoanálisis lacaniano, Paidós, Buenos Aires, 20071ed, 152.




[1] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 40.
[2] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 41.
[3] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 41.
[4] J. Lacan, «Contratapa».
[5] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 42.
[6] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 42.
[7] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 43.
[8] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 44.
[9] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 44.
[10] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 44.
[11] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 44.
[12] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 45.
[13] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 45.
[14] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 45 y 46.
[15] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 45.
[16] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 46.
[17] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 47.
[18] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 48 y 49.
[19] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 48
[20] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 49.
[21] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 49 y 50.
[22] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 50 y 51.
[23] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 51.
[24] J. Lacan, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», 51 y 52.

Una posible división de la enseñanza de Lacan

Erik Porge propone en su estudio sobre los tiempos lógicos de Lacan, Se compter trois: le temps logique de Lacan , una posible división de ...